De prisa y animosos, solos, en pareja o en grupos. Así llegan los practicantes de ecuavóley a una de las canchas con cubierta, ubicada a pocos metros del estadio de Saraguro, en el cantón lojano del mismo nombre. Otros concurren con la idea de apostar o simplemente para observar. La mayoría de saraguros viste su tradicional pantalón corto, algunos usan poncho, sombrero o gorra. Los jugadores llevan una mochila en su espalda, en donde guardan sus zapatos e indumentaria. Segundo Vacacela, dueño del escenario, se alista para alquilar la cancha en USD 4 por cada partido. Hay un juez que cobra USD 2 por compromiso. Hasta que se inicie el juego, unos piden un plato de sancocho con mote, otros una cerveza o una gaseosa. Hay más de 50 personas dispersas en el campo de juego, conversan, bromean... De ese grupo, seis son los privilegiados, quienes de alguna manera se desenvuelven mejor en el ecuavóley.
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